¡Oh, alma ciega! Ármate de tus recuerdos en esta noche silenciosa; encuentra a tu doble luminoso y deja que sea tu guía, porque en él encontrarás la clave de tus existencias pasadas y futuras, así como el propósito de tu venida.

Llamado a Rama

miércoles, 25 de octubre de 2017

Capítulo 1: El rescate del anacoreta



1

   
    Un sensor causó que se movieran dos lámparas emplazadas desde una alta y blindada torre. Abajo, una silueta había emergido de entre los lóbregos matorrales. Al instante, una línea recta y luminosa, proveniente del largo fusil de un francotirador, golpeó el pecho del desdichado hombre, fulminándolo. La puerta se abrió poco después y dos hombres salieron a toda prisa con el objetivo maquinal de desaparecer el cuerpo.
    —Mierda —dijo el militar al momento de acercarse—. Es un anacoreta.


***

    El tráfico en la autopista detuvo la marcha imperiosa de un impacientado Laksmana. Encendió el equipo de radiofrecuencia (que de hecho, usarlo era ilegal). La policía hablaba de un choque sobre la carretera, de dos muertos y catorce heridos.
    Aburrido, comenzó a jugar con la frecuencia del aparato hasta hallar la siguiente transmisión.
    —…Es… toy. Estoy muy cerca… de… to, ayuda… Ayodya… cerca. Raksasas… atacándome.
    En lo que le pudo entender, es que un hombre estaba muy cerca de la ciudad, y que necesitaba urgentemente de ayuda. La contestación llegó poco después por parte de las fuerzas policiales donde le aseguraban una pronta y eficaz respuesta vía aire, cosa que no sucedió ni en diez, ni en veinte minutos que Laksmana observó el despejado cielo. Lo peor de todo es que le aseguraban que la ayuda ya estaba en camino, que una nave de rescate ya había partido. El anacoreta no volvió a comunicarse.
    Cuando los vehículos comenzaron a moverse, utilizó el primer retorno para cambiar su ruta. La señal que dejó atrás tenía por mensaje:

              ZONA MILITAR, PROHÍBIDO EL PASO



***



    Rama había tenido un mal día. Una amiga se le había declarado en la escuela y él, creía, la había rechazado amablemente. Recordó que ella apartó sus manos próximas a las suyas y que comenzó a  decirse en voz alta, estúpida, estúpida, estúpida. Se levantó, recogió apresurada  sus útiles escolares y se despidió prometiendo a Rama que estaría bien, que volverían a estar como antes porque ella lo olvidaría. La hallaron sentada sobre el inodoro dentro de uno de los sanitarios para mujeres, desangrándose de las muñecas. La sangre la había delatado y por suerte, seguía con vida cuando la encontraron.
    —Tengo algo para ti —dijo Laksmana, que ya lo esperaba en el estacionamiento desde hacía rato.
    —No estoy de humor —dijo él.
    —Mira, te enseñaré. —Laksmana abrió el portaequipaje de su automovil y le mostró dos oscuros cilindros debajo de una manta, dos armas militares llamadas zeffs.
    —¿Qué piensas hacer con ellas?
    —Iremos de cacería.
    —¿Bromeas?
    —Antes me has dicho que querías saber cómo funcionan estas cosas, y ahora tienes esa oportunidad.
    —Hablaba de abrirlas, no de dispararlas.
    —Además se nos hace tarde.
    —¿Ahora?
    Laksmana contó lo que había escuchado en la radio.
    —Quizá todavía siga con vida—. Rama buscó algo en los ojos de su hermano y al parecer lo encontró. Meditó alejándose unos pasos y con la mirada decidida, aceptó acompañar a su hermano.
    —¿Pero cómo conseguiremos salir?
    —Eso déjamelo a mí; logré hacerme de las armas, ¿no?


***


    Salieron junto con la caravana haciéndose de un permiso falso de comerciantes y en un descuido de los militares, los hermanos abandonaron el gusano de vehículos y se internaron al bosque, llevando con ellos sus ilegales armas.
   Media hora más tarde, por fin hallaron una carretera de tierra, ésta, inexistente sobre los mapas satelitales. También hallaron unas huellas de neumáticos recientes que se dirigían hacia la ciudad, en un trayecto paralelo al de la carretera principal. Animados, continuaron la marcha siguiendo el patrón de líneas positivas.
    —¿Escuchaste eso? —inquirió Laksmana, con una vivacidad fulgurante—. Estamos cerca.
    Tras recorrer unos metros, notaron que las huellas se habían salido del camino, en dirección colina abajo. Luego de acercarse, vieron que el vehículo había salido del sendero sin control, e ido a chocar contra un viejo árbol. Entonces los vieron.
    Los raksasas eran muy diversos en sus formas y aquellos tenían una apariencia semejante a la de los osos pero sin pelaje. Tenían enormes brazos, capaces de arrancar la cabeza a un hombre de un solo manotazo. Eran dos y golpeaban con sus grandes zarpas el blindado remolque, como intentándolo abrir; el vehículo se meneaba de un lado a otro y parecía que de un momento a otro lo iban a poder lograr. Los hermanos se acercaron cautelosos, con las armas en las manos, listos para atacar. Uno de los monstruos ya había advertido la presencia de extraños y se encumbraba desafiante sobre sus cuartos traseros. Un rugido gutural alertó al otro y estremeció a los dos hermanos.
    —Ambos al mismo tiempo—sugirió Laksmana; su hermano estuvo de acuerdo.
    —Ustedes… Interferencia…
    Los hermanos se miraron el uno al otro. La voz robótica se escuchó cerca de ellos, pero al mismo tiempo, lejana. En los alrededores no había nadie.
    —No te distraigas, Rama.
    La cabeza diminuta del raksasa contrastaba con el enorme cuerpo de cuatrocientos kilos y dos metros de altura.
    Rama apuntó al raksasa de mayor tamaño. Como nunca antes había disparado un arma, éste comenzó a temblar; se notaba en el cañón, no obstante, el rayo de luz emergió recto y poderoso. Perforó el cuerpo voluminoso de la bestia. Todavía ésta alcanzó girarse y dar un par de pasos hacia adelante, tratando de encontrar a su agresor. Con un agujero en el pecho cayó junto al otro, que había muerto de inmediato debido a un tiro certero en la cabeza.
    —Lo hicimos —dijo Rama regocijado, no obstante. Laksmana se hallaba inquieto—. Ahora hablemos con…
    —¡Apártate!
    Laksmana empujo a su hermano, salvándolo de un rayo recto similar al que produjeron sus propias armas.
    —¡Corre hacia los árboles, Rama!
    Ambos jóvenes se separaron. Rama había visto algo aterrador en un segundo: una criatura parecida a un humano pero horriblemente deforme. Lo que más le confundió es que llevaba puesta algo como una armadura, con una especie de cañón zeff saliendo de sus manos. Luego el raksasa despareció ante sus ojos, camuflándose con el entorno. Siguió corriendo, esquivando árboles y rocas en el camino hasta que quedó totalmente exhausto.
    Vino a su mente un montón de imágenes. La chica desangrándose en el baño, la chica siendo llevada en una ambulancia y la mirada de sus compañeros, culpándolo. Y pensó que merecía la muerte, por no estar con ella, por no interesarse en su salud, por largarse con su hermano a una estúpida aventura sabiendo los riesgos que implicaba salir de la ciudad. Voy a morir aquí, pensó. Lo peor de todo es que comenzó a aceptar su muerte, la proximidad. Comenzó a hacerse a la idea de que era su justo castigo, por lastimar a la chica, por provocar su intento de suicidio. Quizá esta es mi misión, se dijo a sí mismo. Morir aquí.
    Un rayo golpeó el duro tronco del árbol que le prestaba temporal resguardo, sacudiéndolo. Rama no sabía qué era aquello que los perseguía, que deseaba matarlos; lo que había visto no tenía ningún sentido.
    Las hojas cayeron, el polvo se levantó. Había que salir de allí. Había perdido el arma. Había que seguir huyendo hasta tratar de llegar a la ciudad. “No, no deseo morir”, se dijo a sí mismo. Quedar como la criatura, con un agujero en el cuerpo, sin cabeza. Una espantosa muerte. ¿Qué opinión tendría la gente de su muerte? Había que salir de allí, ya, ahora, ¡ahora!
    Demasiado tarde. Estaba junto a él. No podía verla claramente, pero allí estaba.
    —Interferencia —dijo la criatura con voz robótica, delatándose como la voz que escucharon cuando apuntaron sus armas contra los raksasas.
    “Espero que Laksmana  pueda llegar a la ciudad”…
    Un rayo de luz.
    “Así tenía que ser”…
    Pero seguía escuchando al bosque.
    “No siento nada. ¿Esto es la muerte?”
    Algo cayó al frente y una silueta fue tornándose opaca, luego visible, entonces pudo ver al mismo ser que había distinguido antes: un humanoide envuelto en una armadura, boca abajo, con un agujero en la espalda. Toda la piel la tenía llena de erupciones. Un hombre-bestia. Más bestia que hombre.
    Laksmana salió de un arbusto. El cuerpo quedó inerte entre los dos hermanos.
    —¡Quédate ahí, Rama!
    Poco después el extraño ser explotó, quedando una nube de humo en su lugar.
    Los hermanos regresaron al remolque y el anacoreta por fin salió cauteloso de su remolque.
    —Los raksasas están muertos —se adelantó a decir Laksmana. Su hermano Rama se hallaba a su lado, aún en estado de shock.